Lucas Lobos dejó de ser jugador de Gimnasia luego de que Gabriel Pellegrino lo comunicara en conferencia de prensa. Con su salida, el 10 dejó goles, magia, gambeta, humildad y un regreso que poco creíamos que podía darse. OPINIÓN.
“Es una decisión dirigencial”, manifestó Gabriel Pellegrino el miércoles en conferencia de prensa, sentado en el auditorio del Campus Carlos Timoteo Griguol. Allí, dio a conocer que Lucas Armando Lobos no seguirá en Gimnasia por decisión, pura y exclusivamente, del Presidente, quien creyó que el jugador no podía dar más, analizándolo por el rendimiento durante los 90 minutos o una grilla de Excel. La decisión ya está tomada y no hay vuelta atrás. El 10 no volverá a vestir la camiseta de sus amores.
Los últimos partidos no fueron los mejores. No pudo demostrar lo que hizo al comienzo de la temporada 2016/2017 (como en partidos ante Quilmes, Huracán y Godoy Cruz) ni este año, pero eso no tapará todo lo que logró con Gimnasia. La decisión es inentendible. Su calidad en el entrenamiento era un aprendizaje para los juveniles; su forma de ser, “chico de barrio, sencillo, familiero, amiguero”, la transmitía constantemente. Lobos es una persona que menciona como el día más feliz de su vida cuando debutó con Gimnasia; su objetivo pendiente siempre dijo que fue ser campeón con el club que lo vio debutar. Incluso era el que menos cobraba del plantel. Todo eso es Lobos, y más.
Se fue a España donde jugó en Primera y ascendió con el Cádiz. Luego el fútbol lo llevó a México, específicamente a Tigres, lugar donde se consagró campeón en dos ocasiones. Su rendimiento le permitió ser elegido como mejor jugador de la liga y convocado a la selección. Después pasó a Toluca y jugó dos temporadas (en una disputó Copa Libertadores). Allí, también se convirtió en papá de tres hermosos hijos y formó una familia divina. Todo eso es Lobos, y más.
Nunca se olvidó de sus raíces. Ese chiquitito que iba a la Escuela Técnica Nº7 y jugaba en Unidos de Olmos con sus amigos para luego llegar con 20 años a Gimnasia y encontrarse a Carlos Timoteo Griguol, técnico que lo hizo debutar, siempre se acordó de los suyos. Estando en México, cada vez que volvía a la Argentina, iba al Bosque y visitaba Estancia Chica y el barrio. Todo eso es Lobos, y más.
En Gimnasia hizo todo. Peleó dos campeonatos, gambeteó centenares de jugadores, torció varias caderas, asistió a muchos compañeros y metió los goles más lindos. Alguno, por allí, dirá “tendría que haber vuelto antes”, por ahí sí. Pero él siempre quiso, y una situación familiar personal se lo impidió. ¿Cómo un “chico de barrio, sencillo, familiero, amiguero” va a querer estar lejos de los suyos? Todo eso es Lobos, y más.
Ya está, Lucas volvió y lo pudimos disfrutar. El Bosque se preparaba cada 15 días para una nueva función. El fútbol es un espectáculo, pero con los planteos de Alfaro se veían bostezos hasta que los suplentes se movían. Allí, calentando, él. Levantaban el cartel e ingresaba Lucas Lobos, con esa piernitas flacas, su forma particular de correr y ese flequillo moviéndose para todos lados. El Mago entraba en función y la gente comenzaba a disfrutar del partido. Gambeta, cara interna, primer toque, gambeta, cara interna y primer toque. El 10 hacía delirar a los cuatro laterales y al equipo, ni más ni menos que jugar al fútbol. Lujo, toque, toque, lujo. Todos los días se rompió el lomo para superar a esa rodilla y poder jugar. Todo eso es Lobos, y más.
Nos arrebataron a un ídolo. Al último que nos hizo delirar con el buen fútbol. Al último que ovacionamos por una gambeta o un caño. Al último 10 que sacó Gimnasia. Al último enganche del fútbol argentino. Lucas, sos todo eso y más.
¡GRACIAS MAGO POR TANTO, Y PERDÓN POR COMO TE FUISTE!
Por Cristian Barresi – @CrisBarresi